Un abono para tres días de conciertos: 50 euros. Tomarse una cerveza: 2 euros. Cenar un enorme kebab: 5 euros. Y la zona de acampada no tiene precio. Ante la crisis, algunos festivales veraniegos como Sonorama han apostado por una política de rebajas que está cosechando bastante éxito.
«Somos el festival anticrisis», proclama orgulloso Javier Ajenjo, director del Sonorama, que este fin de semana ha congregado a 30.000 espectadores, récord absoluto en sus doce años de historia. El secreto está en los precios. En Aranda de Duero se paga por tres días lo mismo que cuesta la entrada de un día a cualquier gran concierto. El «truco» es contar con 300 voluntarios de una asociación cultural sin ánimo de lucro que colaboran en los accesos, en las taquillas e incluso en el montaje del recinto. «Si tuviéramos que ponerles un sueldo, esto sería imposible», reconocen los organizadores.
El éxito del Sonorama y de otros festivales «low cost» coincide con el derrumbe del modelo contrario: el de los macrofestivales que ofrecen carteles «galácticos» a fuerza de tirar de talonario y de elevar el precio de las entradas. Esa fórmula ya fracasó a finales de los noventa, cuando desapareció el ambicioso Doctor Music Festival que se celebraba en los Pirineos. Y este mismo año, se ha levantado el acta de defunción del Summercase de Boadilla del Monte y Barcelona. Sólo el Festival de Benicasim parece resistir después de 15 años. Pero los hermanos Morán han tenido que recurrir al público anglosajón, que cada mes de julio puebla las playas castellonesas para ver a los principales grupos británicos.
En Aranda, sin embargo, apuestan por el producto nacional. Es bastante más barato y ello no significa necesariamente que sea peor. El sábado, unos chavales toledanos que perfectamente podrían pasar por un grupo de Chicago dieron un concierto sencillamente memorable. Se llaman The Sunday Drivers y son, junto a Vetusta Morla, quizás los más habituales de los festivales «low cost» de 2009. También los madrileños actuaron en Sonorama, y la prueba de su enorme tirón es que concitaron el viernes mayor número de espectadores que los dos principales artistas internacionales: ni Amy MacDonald ni James obtuvieron un apoyo tan unánime como el grupo revelación del año en España.
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Y eso que Tim Booth y su banda son uno de los grupos fetiches del público «indie». Además, ofrecieron probablemente el mejor concierto que jamás hayan realizado en un festival español. Los de 2001 en Benicasim y 2007 en el Summercase llegaron en momentos muy convulsos para el grupo de Manchester. Ahora están en una segunda juventud que les permitió llegar el sábado al corazón de espectadores que en muchos casos no habían nacido cuando compusieron himnos pop como «Laid», «Sometimes» o «Sit Down». Todo lo contrario que lo que le sucede a la joven Amy MacDonald. Es contemporánea de los que le fueron a ver, pero aunque brilló a ratos no terminó de conectar con ellos. A su favor, hay que decir que tiene mucho margen de mejora y que si sigue componiendo hits como «This is the life» no le va a ir demasiado mal en el futuro.
Claro, que hay jóvenes como La Mala Rodríguez que suplen sus carencias rodeándose de buenos músicos. Hasta 17 subieron junto a ella al escenario del Sonorama dentro del proyecto titulado «Ojo con la Mala», una mezcla muy atractiva de hip hop, flamenco, pop y jazz. Fue una más de cal en una tarde donde también sobresalieron otros grupos emergentes españoles como We are Standard o Catpeople. La de arena la pusieron La Habitación Roja, con un concierto irregular y atropellado, y los londinenses Infadels, que consiguieron lo imposible: espantar al respetable.
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Fuente: ABC
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