Fuster exclama: "claro que soy revolucionario". "Ser revolucionario hoy es ser consciente de todos los problemas que amenazan al mundo, porque a este planeta hay que defenderlo".
A poca distancia de la residencia de Fidel Castro, Fuster comenzó hace 15 años una obra sin fin: devolverle a este humilde caserío junto al mar "un poco de lo que la vida le ha dado", esparciendo sus cerámicas de colores.
Después de 30 años de pintura, diseño y grabado, decidió convertir sus sueños en realidad. "Yo tenía que crecer", explica este hombre bajito, de 64 años, quien no logra esconder su malicia detrás de sus gafas de miope y escasa barba.
El resultado hace la dicha de sus vecinos devolviendo el color a este barrio perdido: decenas de fachadas reconstruidas, un vasto homenaje al arquitecto catalán Antonio Gaudí, influencias del escultor rumano Constantin Brancusi, un tablero de ajedrez gigante, un monumento a la "gloria" de los "cinco héroes" -agentes presos en Estados Unidos acusados de espías y cuya liberación reclama Cuba desde 1998-.
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"Después de tantos años de pintura y diseño, tantos años de exposiciones y viajes, necesitaba pasar a otra etapa: Fuster se ganó a fuerza de pincel el apodo de 'Picasso naïf' y sus obras a menudo sobrepasan los 10.000 euros en galerías occidentales (www.josefuster.com).
"Picasso es mi padre espiritual, Gaudí mi tío preferido, pero mi hermano es Sosabravo", resume a propósito del gran artista cubano Alfredo Sosabravo, que fue su profesor en la Escuela de Arte de La Habana, donde estuvo de 1963 a 1965.
Para José Antonio Fuster Rodríguez, todo comenzó con la Revolución cubana de 1959. Entonces, con apenas 14 años, participa en la campaña de alfabetización lanzada por Fidel Castro y subió a enseñar a la Sierra Maestra, al corazón de lo que fue el bastión de los 'barbudos'.
"Fue allí que nació mi vocación de artista, donde descubrí un mundo que siempre me sigue a todas partes: la palma, el campesino y su sombrero, el caballo y el gallo", al cual una 'Torre del Gallo' rinde tributo en el jardín de su casa de Jaimanitas, una de sus primeras obras monumentales.
Y este heredero de la tradición de grandes ceramistas cubanos -Amelia Peláez, Wifredo Lam, René Portocarrero- se mantuvo fiel a la Revolución, a pesar de sus muchos viajes y exposiciones que lo han honrado en el mundo, desde Estados Unidos hasta la mayoría de países de Europa, pasando por toda América del Sur.
"El gobierno nunca me dio un peso para mi obra. Es normal, debe ocuparse de la educación, de los servicios de salud, no puede darse el lujo de gastar en gente como yo. Pero siempre ha apoyado mis proyectos", dice, aludiendo a los recelos que marcaron sus primeros pasos en la "cerámica urbana".
"No soy comunista, porque el comunismo no existe, nunca existió; pero claro que soy revolucionario", exclama. Y concluye: "ser revolucionario hoy es ser consciente de todos los problemas que amenazan al mundo, porque a este planeta hay que defenderlo".
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Fuente: Yahoo Noticias
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