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martes, 10 de abril de 2012

Baile contra la anorexia

Las jóvenes generaciones tienen más recursos para luchar contra la presión por la extrema delgadez y evitar desórdenes alimentarios.
Si lo que quieres, de verdad, es bailar, no vas a caer en la anorexia. Porque con ella no podrás jamás ser una primera bailarina. Ese es el mensaje que repiten desde el gremio. Personajes influyentes en el mundo de la moda o la publicidad ya llevaron a cabo su particular guerra contra la anorexia. Ahora le toca a la danza. El último episodio que ha desatado la polémica han sido las declaraciones de una primera bailarina de La Scala de Milán, despedida tras su denuncia.

Según Mariafrancesca Garritano, de 33 años, cuando ella ingresó con 16 años en la escuela de danza de La Scala se vio seriamente presionada para perder peso. "Una de cada cinco bailarinas de mi promoción tuvieron graves trastornos alimentarios y continúan afectadas por las consecuencias", recuerda. Carlo Maria Cella, portavoz de La Scala, aunque admitió que en el pasado se actuaba en ese aspecto, añadió que "los métodos educativos de entonces no se emplean ya". Otras bailarinas no se han atrevido aún a hablar por miedo a represalias.

Sea como fuere, vuelve a abrirse la guerra, la misma que protagonizó un día Gelsey Kirkland, espléndida musa del coreógrafo George Balanchine, bailarina principal del American Ballet Theatre, cuando, en 1976, perdió el control de su vida: cirugía, anorexia, cocaína. "El maestro me insistía: ¡que se vea tu esternón!". Kirkland escribió un libro y cuentan que eso la salvó.


Catherine Allard (Bruselas, 1960), bailarina y coreógrafa belga establecida en Catalunya, es la actual directora artística de la compañía IT Dansa. Ella, que estudió en Mudra del gran Maurice Béjart, que fue principal bailarina de la Compañía Nacional de Danza en 1990 y pareja artística de Nacho Duato, ha tenido compañeras anoréxicas y alumnas anoréxicas. "Cuando yo empecé en Mudra, un día el director nos dijo a todas: '¡Tenéis que adelgazar!'. Aquello me sacudió, yo era joven e inmadura, tenía 17 años", comenta. ¿Qué ocurrió luego? "Una de mis compañeras, una argentina ya delgada, empezó a adelgazar más y más... Estaba obsesionada". Y generó el síndrome de las zapatillas rojas, el del filme de 1948 inspirado en el cuento de Andersen: las zapatillas nunca se cansan de bailar pero la bailarina sí, lo que desata una espiral mortal. ¿Danzar hasta morir? No. Moira Shearer –la actriz del filme, bailarina del Royal Ballet– murió hace seis años tras una vida plena y cumplidos los ochenta.

"Mi compañera cada día estaba más delgada –prosigue Catherine Allard–, pero parecía enloquecida, seguía girando y bailando. Era increíble ¿Cómo podía? Yo creo que no es el cuerpo, es el cerebro, que las impulsa interiormente...". Hasta que se degradan y se estrellan. Volvió a Argentina, no supo más.

Hoy Allard –premio Nacional de Danza 2001– dedica su bagaje a la formación de jóvenes bailarines. Cree que, actualmente, hay menos anorexia en la danza que antes, que afecta a seres perfeccionistas que buscan la excelencia y encuentran el fracaso. "Los efectos de la anorexia en las mujeres son devastadores: se retira la menstruación, se deshacen los huesos. Tras una función pierdes kilos". Hoy tienen instrumentos de ayuda, consultas médicas en los mismos centros, refuerzo psicológico, saben que pueden y deben pedir ayuda, que hay modos de salir. "Ya no estamos en la era del yogur y la manzana", resume la bailarina, destacando que los jóvenes de hoy desayunan cereales con suplementos de calcio.

Existe una unidad de medicina de la danza en el hospital General de Catalunya. Acuden bailarines de ballet contemporáneo –"tienen más libertad y menos problemas, lo vemos desde que inauguramos"–, pero también de clásico. Sólo exigen cuerpos casi imposibles en lugares "como la Ópera de París o La Scala de Milán". "Allí te piden una altura determinada y un peso, son rigurosísimos, escarban incluso en tu árbol genealógico, buscan tu genética".

Hace poco Catherine Allard se encontró con un caso de anorexia entre sus 16 bailarines. "Era una chica que valía mucho pero estaba cayendo en la anorexia. Me la llevé aparte y le dije: 'Me interesas mucho, te quiero en mi grupo, tienes mucho talento, pero así, como estás, yo no puedo admitirte, no vas a aguantar el trabajo. Te necesito más fuerte'". Quiso que entendiera que, precisamente por el baile, debía alimentarse. "Al cabo de dos meses, está remontando, ha reaccionado y es una chica de 18 años maravillosa, con futuro".

La segunda advertencia fue esta: "Antes que bailarina eres mujer". Cuenta Allard que esa es una máxima que ella recibió. "También recuerdo a una alumna que quería quitarse el pecho. Sí, reducirlo mediante una operación. Le mostré un vídeo de una bailarina fantástica con un busto mayor que el suyo y le dije que ese cuerpo era ideal". A veces, añade, la culpa es de los amores imposibles "o de los profesores, que existen, que les piden que pasen por un quirófano".

En el año 2008, el doctor Carles Puértolas, jefe del departamento de sanidad del Institut del Teatre, participó junto al doctor José Toro –veterano especialista en anorexia– en un estudio sobre el riesgo de factores que pueden incidir en los desórdenes alimentarios entre estudiantes de danza. Se analizaba el comportamiento de 76 adolescentes, entre 12 y 17 años, alumnos de danza, en comparación con el de 453 adolescentes que no tenían nada que ver con esta disciplina. "El resultado fue muy significativo: el índice de anorexia en la danza es similar al que se encuentra en la población normal, que no practica esas disciplinas. Bailar profesionalmente no es factor de riesgo de anorexia. Lo que puede serlo es la actitud personal, las directrices impartidas por ciertos entrenadores o profesores, ese abuso sí existe", detalla el doctor Puértolas, con 27 años de experiencia atendiendo a jóvenes bailarines.

El estudio se publicó en la European Eating Disorders Review. "A menudo una anorexia va vinculada a algún conflicto con la madre y a veces no lo saben ni ellas" , explica el doctor Carles Puértolas. En esas investigaciones realizadas por especialistas del hospital Clínic, se concluía que especialidades deportivas como la gimnasia rítmica son mucho más peligrosas en ese sentido, porque comportan más competitividad que la danza. "Una anoréxica tal vez pueda ser modelo, pero no bailarina, porque no podrá saltar, correr...". Al salir del edificio, Alejandra, de veinte años, sentada junto a sus compañeros, apostilla: "Si no comes no puedes seguir el ritmo, no vamos a jugar con eso".


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Fuente: La Vanguardia

 
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