Diario de un piano de cola en las calles de Barcelona para que los transeúntes lo toquen.
¡Pero he vuelto! Estoy en la calle, en Barcelona, para que la gente, los transeúntes, me toquen. Cada día en un lugar diferente de 10 a 20 horas hasta el 31 de marzo, fecha en la que termina el Concurso Internacional de Música Maria Canals que me ha rescatado de mi solitario fin después de que mi amo, Jordi Morell, me cediera a los organizadores.
El año pasado los del concurso sacaron 20 pianos a la callepara que la gente los tocara. Lo sé porque se lo he oído comentar a los voluntarios que vigilan que ningún vándalo me maltrate. Ellos eran pianos de pared. Yo, en cambio, soy un elegante piano de cola negro charol. Un colín Young Chang de 175 centímetros con mis 88 teclas, 52 blancas y 36 negras, en perfecto estado. Mi punto flaco era el mueble, magullado por mi ajetreado pasado, pero Jaume Barmona, el técnico que me ha puesto a punto y revisa mi afinación cada un par de días ahora que estoy en la calle, me ha hecho unos retoques y luzco estupendo. ¡Tócame, tócame!
Mi primer día en la calle fue el 18 de marzo, el día que empezó el concurso con una maratón de 12 horas en la plaza Reial con un Yamaha de gran cola a disposición, como yo, de todo el mundo, aunque se había pactado el paso por allí de pianistas profesionales y estudiantes de piano de diferentes conservatorios y escuelas de Barcelona. Yo estuve en el centro comercial Pedralbes Centre, junto al Corte Inglés de Diagonal. Fue una mañana aburrida, casi nadie me hizo caso, pero por la tarde se animó. ¡Qué colas tenía de jóvenes que querían tocarme! La mayoría universitarios que a la salida de las facultades se topaban conmigo en su paseo por la Diagonal y tecleaban modernas melodías. ¡Un excelente comienzo!
Me pasé el soleado fin de semana en el parque de la Ciutadella, lleno de jóvenes y familias que me miraban curiosos, me acariciaban y jugueteaban con mis teclas. ¡Y el domingo por la mañana hasta vino una chica desde Rubí cargada con partituras para tocarme! En su casa tiene un piano de pared y no quería perderse la oportunidad de tocar un piano de cola. Oí como se lo contaba a Maria del Mar Guasch, una rubia simpática que estudia Protocolo y Relaciones Institucionales que hace prácticas en el concurso cuidándome a ratos y que ha estudiado la carrera de piano. Cuando la cosa decae, ella se sienta en la banqueta y me toca -lo suyo es la música clásica- para animar a la gente a que también lo haga.
Y por fin el lunes estuve en La Rambla. ¡Vaya espectáculo! ¡Y cuánto ruido! No es queja, que conste, pero es que no estaba acostumbrado a estar en la calle. Llegué tarde ese día a La Rambla. Media hora de retraso. No fue culpa mía. A mi me traen y me llevan los de la mudanza, que me montan por la mañana y me desmontan por la noche para volverme a montar a la mañana siguiente. Me esperaba frente al palacio de la Virreina Josep Cuscó, otro de mis fieles vigilantes voluntarios. Aquí, junto a la mítica Casa Beethoven, seguro que habrá muchos que sepan tocar el piano, pensé mientras Jaume Barmona me afinaba entre el ruido del tráfico. Pero ni más ni menos que en otros lugares de la ciudad. Eso sí, ¡la de turistas que pasan por La Rambla! Habrá que ver si el 29 de marzo en la plaza de Catalunya bato el récord de fotos que la gente se ha tomado conmigo. ¡Ya estoy colgado en Facebook y en Twitter!
Me estrené bien en La Rambla. Barmona justo había terminado de afinarme cuando, ¡zas!, sin que pudiera ponerme la tapa frontal del teclado, salió disparado de Casa Beethoven uno de sus empleados y empezó a tocarme. Fue una melodía ligera que provocó un corrillo de gente alrededor del piano que le aplaudió al terminar. Luego me pase una hora sin que nadie sacara demasiada música de mí. Cuatro notas mal tocadas de una decena de personas que experimentaban el contacto con un piano de cola y varios turistas y algún local capaces de extraer melodías de mis teclas -el Para Elisa de Beethoven, el Canon de Pachebel, Claro de luna de Debussy, el Maple Leaf Rag de Scott Joplin o el inicio de la banda sonora de la película Carros de fuego compuesta por Vangelis-, pero incapaces de recordar más de 10 compases.
Luego me acaparó durante 20 minutos una adolescente portuguesa estudiante de piano, pasó fugazmente una turista israelí con un inacabado Let it be, a la que siguió una prometedora sonata de Beethoven que una compatriota coreana inició y a los 25 segundos me abandonó bruscamente. Suerte de la llegada de Maria del Mar Guasch, que me tocó el nocturno El lago de Como, de la misteriosa Madame G. Galos, un hit del piano en los salones de casa bien del siglo XIX, que le sirvió de preámbulo para iniciar su eficiente proselitismo en busca de clientes para mí. Me encontró, ni más ni menos, que una familia Trapp del piano: cinco hermanos, desde un niño de pocos años a un adolescente, todos estudiantes del Conservatorio de Badalona. ¡Lo que no haya en La Rambla! Y un adolescente formalito que estuvo improvisando jazz durante 20 minutos. ¡No está mal!
Pero lo que más me gustó de mi día en La Rambla, con un montón de estudiantes por la tarde de la escuela de música de l'Eixample, fue un rubio alemán, que en su último día en Barcelona antes de regresar a casa con su tres amigos, se entregó a la música en plena calle con un heterogéneo repertorio -ora Hotel California de los Eagles, ora el Canon de Pachebel, ora el Let it Be de los Beatles...- rindiendo a los transeúntes a sus pies.
Ayer estuve en la plaza de les Dones del 36, en el bonito barrio de Gràcia. Hoy en la plaza Orfila, en Sant Andreu. Y me pasaré por los barrios de Sarrià-Sant Gervasi, Horta-Guinardó, el Eixample, Sant Martí, Nou Barris, Sants-Montjuïc y acabaré mi periplo ¡en el Palau de la Música Catalana!, donde estaré dos días, el 30, día de la final del Concurso Maria Canals, en el mismo Palau, y el 31 de marzo. ¡Ven a verme!. Estoy en tus manos, tócame.
Fuente: El País
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