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viernes, 28 de octubre de 2011

«Shale gas»: España se sube al tren de la energía que triunfa en EE UU


La existencia de depósitos de gas en arenas compactas (tight gas) y gas de esquisto (shale gas) ha alentado previsiones y propuestas de todo tipo.
El anuncio de la reserva detectada en Álava, con un potencial para cubrir las necesidades de gas de España durante cinco años, permitirá al país ganar en independencia energética. Y así disminuir el déficit energértico que este año, incluso en tiempo de crisis, ha vuelto a crecer. Pero ¿qué es el shale gas?, ¿cómo se extrae? y ¿qué impactos ambientales tiene para que países como Francia estén en contra?

España se sube al tren de la revolución del gas no convencional. El anuncio de la reserva de «shale gas» detectada recientemente en el País Vasco permitirá a España ganar en independencia energética. No es para menos. El potencial del subsuelo hallado en Álava es tal, que se podrían cubrir las necesidades de gas de España durante cinco años. Pero, ¿qué es el «shale gas»?, ¿cómo se extrae? y ¿qué inconvenientes ambientales tiene su producción para que países como Francia lo hayan prohibido?

Desde que en la década de los años noventa Estados Unidos decidiera apostar comercialmente por la extracción del gas no convencional, cada vez son más los países que quieren unirse a esta revolución energética, lo cual permitiría no depender tanto energéticamente de naciones como Argelia, Irán, Rusia, Qatar... Así como incrementar las reservas de gas mundiales que, con el ritmo de consumo global actual, «son sólo suficientes para 63 años», según el informe Energy Outlook 2011 de BP.




Una fecha muy cercana en el tiempo que no contempla estas otras reservas no convencionales, que permitirían añadir otros 30 años más, según se asegura en dicho informe. Si bien todavía es pronto para dar esta cifra por buena, ya que aún no se han evaluado en detalle las reservas a nivel mundial.

¿Qué es?

El «shale gas», que se extrae de arenas bituminosas, está ubicado entre las capas de la roca sedimentaria. De composición idéntica al gas natural, es su extracción y transformación en lo que difiere. Sacarlo de estas estructuras geológicas en las que está atrapado resulta más difícil que la extracción de gas natural, así como más costoso.

Sin embargo, los precios, a medida que se avanza en tecnología, van disminuyendo. De ahí, por ejemplo, que «la producción de ‘‘shale gas’’ en EE UU haya pasado de los 0,39 trillones de pies cúbicos en el año 2000 a 4,87 trillones en 2010, lo que representa el 23 por ciento de su producción de gas natural seco», tal y como se desprende del informe elaborado por el profesor de la Escuela de Ingeniería de la Pontificia Universidad Católica de Chile Hugh Rudnick y su equipo.

Coste

«En Estados Unidos el coste de extracción del ‘‘shale gas’’ en cabecera de pozo se sitúa entre los tres y cuatro dólares por cada millón de Btu (unidades térmicas británicas para el precio del gas). Los costes de producción del gas convencional son menores (entre uno y dos dólares por cada millón de Btu), pero cada vez resulta más difícil encontrar nuevos yacimientos de este tipo en Europa y Estados Unidos», explica Alejandro Alonso Suárez, subdirector de Transporte, Distribución y Calidad de Servicio de Gas de la Comisión Nacional de Energía (CNE).

«De hecho –prosigue el experto–, el incremento en la producción de ‘‘shale gas’’ ha provocado que los precios de venta del gas natural en el mercado mayorista americano hayan caído hasta niveles entre 4 y 5 dólares por cada millón de Btu».

No es el único gas no convencional. También se puede extraer gas almacenado en areniscas o arenas compactas, gas de hidratos de metano así como el metano atrapado en capas de carbón, según los datos facilitados por la Asociación Nacional del Gas.

En cuanto a las técnicas para su extracción, difieren, y mucho, de los pozos convencionales en los que con una perforación se puede sacar este oro negro. La fracturación hidráulica («fracking» en inglés) y la perforación profunda en horizontal son las principales técnicas.

Cómo se extrae

La fracturación hidráulica de las rocas permite que con el agua inyectada, con arena y diversos elementos químicos, la roca, que contiene el «maná» ansiado, vaya «rompiéndose». Pero ha de hacerse a presiones suficientemente altas como para fracturar la roca y aumentar su porosidad, así como permeabilidad. Además, resulta necesario perforar muchos pozos porque la producción de ‘‘shale gas’’ es menor que en un yacimiento convencional, incluso tras un tratamiento de estimulación.

«Para crear las fracturas se emplea una mezcla de agua, propelentes (arena o partículas cerámicas) junto con algunos fluidos especiales de alta viscosidad que se bombean hacia el fondo del pozo a alta presión durante un corto período de tiempo. La presión generada supera la fortaleza de la roca y provoca la formación de grietas o fracturas que pueden propagarse hasta 500 metros por el plano de la formación. Un tratamiento de fracturación puede utilizar unos 10.000 metros cúbicos de fluido en cada pozo. Una gran proporción de estos fluidos (entre el 60 y el 80 por ciento) se recupera posteriormente, bombeándola hasta la superficie. Cada varios años, es necesario volver a realizar un nuevo tratamiento de fracturación en el mismo pozo. Actualmente, en Estados Unidos, se perforan entre 2.000 y 3.000 nuevos pozos de shale gas al año», precisa Alonso Suárez.

Impactos ambientales y en la salud

Al margen de la contaminación que pudiera producirse en un pozo singular, los impactos por la explotación de yacimientos de shale gas deben considerarse como un todo que involucra -además de los procesos descriptos previamente-, el movimiento de vehículos, la utilización y contaminación de enormes cantidades de agua, la contaminación auditiva y el deterioro del paisaje. Estos impactos acumulativos deben sopesarse, a su vez, con el hecho de que el desarrollo del shale gas a una escala suficiente como para producir volúmenes significativos, implica multiplicar exponencialmente la cantidad de pozos. La investigación del Tyndall Centre estima que para mantener un ritmo de producción equivalente al 10% del consumo del Reino Unido durante 20 años, deberían realizarse alrededor de 2.500-3.000 perforaciones horizontales, en un área que podría alcanzar los 400 km2, y utilizarse 113 millones de toneladas de agua.

Según el informe, los riesgos e impactos pueden agruparse de acuerdo a:

· La contaminación de agua subterránea por acción de los fluidos utilizados para las fracturas, a raíz de roturas en los encamisados o filtraciones;

· La contaminación de la tierra y agua superficial (y potencialmente aguas subterráneas), debido a derrames de los compuestos utilizados en las fracturas, y de las aguas contaminadas que regresan a la superficie una vez concluido el proceso;

· El sobreconsumo y agotamiento de fuentes de agua;

· El tratamiento de las aguas residuales;

· Los impactos sobre la tierra y el paisaje;

· Los impactos derivados de la etapa de construcción de las locaciones, como pueden ser la contaminación sonora durante la perforación de los pozos, el venteo de gases no aprovechables, e impactos por el tráfico de vehículos.

[Ver más sobre los nocivos efectos de la extracción del shale gas en: OPSUR]





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Fuente: La Razón

 
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